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sábado, 24 de septiembre de 2011

Safari fotográfico (1)

Nivel de inglés: Lamentable, cuando parece que empiezo a controlar algo me doy cuenta de que no tengo ni idea. El otro día, estando en Kings Cross de fiesta (que raro, ¿no?), pedí una cerveza... ¡y me pusieron un cubata de color azul! Joder, vale que mi pronunciación no es muy buena, y que tampoco se ve mejorada a ciertas horas de la noche, pero de ahí a que te pongan un mejunje azul cuando has pedido una cerveza... En fin, me sentí super mal, al menos durante el rato que tardé en beberme el extraño brebaje. Después bien, claro. Por cierto, el líquido azulón sabía a zumo de piña (no preguntéis cómo podía ser, aunque la respuesta obvia es que llevaba zumo de piña), y al final logré convencer a la camarera de que había pedido una cerveza y me lo cobró como tal.

Bueno, como hace bastante tiempo que vengo escribiendo largas parrafadas sin incluir ninguna fotografía que suavice la palabrería, hoy he decidido insertar un montón de fotos que hice el otro día en plan japonés. Son de la nueva zona en la que vivo y de la propia casa. Acompañaré cada fotografía con un breve comentario, pero el post de hoy va a ser mayoritariamente gráfico.

Por cierto, dada la lamentable velocidad de Internet en este país (al menos en los sitios en los que me ha tocado vivir hasta ahora) tendré que hacer este reportaje gráfico en un par de entradas o más.


Bueno, no hay mucho que decir sobre esta fotografía. Es la estación de tren de Redfern, donde pillo el tren cuando quiero ir al centro (a unos diez minutos) El aspecto cutre de la estación no es un efecto de la fotografía, es que es así. ¿Qué os creíais, que fuera del pueblo todo es glamour? Por cierto, al que le interese algo más de información sobre la zona puede consultar el siguiente enlace (está en inglés, pero hay varias fotografías):

http://en.wikipedia.org/wiki/Redfern,_New_South_Wales


De camino a casa, justo al lado de la estación, me toca pasar por este pequeño parque que es una especie de museo del tren al aire libre. Muy bonito y todo eso, vamos que me embarga la emoción cada vez que paso por aquí. Anda que no, vamos a la siguiente foto.


Siguiendo el camino del mini-museo del tren llegamos hasta los antiguos almacenes de la estación que ahora han sido transformados en amplias salas para eventos. En el poco tiempo que llevo aquí me ha tocado ver una convención de frikis japoneses disfrazados de rollo Manga (no recuerdo como se les llama, lo tengo en la punta de la lengua); todo un espectáculo verlos pasear disfrazados por la zona como si estuvieran a punto de luchar contra Mazinger Z, Pokemon, o los caballeros del zodiaco, que se yo. La otra convención era una fiesta de una cadena de televisión australiana que tiene sus edificios centrales aquí. Mucha limusina y todo eso. Si vi a alguien famoso no lo sabría decir, porque seamos sinceros: ¿a qué australiano famoso conocéis que sea una estrella de la televisión? Y no, no vi ni a Hught Jackman, Nicole Kidman ni a nadie parecido...


Aquí podemos ver los susodichos estudios de televisión (Channel 7 y Global Television), que están a un paso de los anteriores almacenes y también me pillan de camino hacia casa. Nada interesante que reseñar aquí, tan solo son oficinas, así que desde la calle no deja de ser un edificio de currelas como otro cualquiera.


Uno de los numerosos parques que pueblan la ciudad. En la foto se pueden ver a varios jóvenes jugando a fútbol. No es lo normal, lo común es verlos destrozándose vivos practicando el rugby. Al parecer en esta zona son un poco más civilizados. El parque no es de los más grandes que hay, pero esta bien para tumbarte un rato a leer o algo así. A escasos dos minutos andando hay otro, y otro más a unos diez minutos. Ya os lo he dicho, Sydney está repleta de zonas verdes.


Un pub típico de la zona. Superando en número a los parques (muy por encima en realidad) están los pubs donde el sufrido australiano viene a enjuagarse un poco el gaznate después de un duro día de trabajo. Contrariamente a lo que podríamos pensar, la cerveza típica de aquí no es la Foster (esta la reservan solo a los turistas), sino la VB, que está más amarga que un café con una rodaja de limón dentro. A ellos les gusta, pero yo personalmente me decanto por otros sabores más europeos. Si os toca venir por aquí os recomiendo la Tooheys, una de las más baratas y más suaves. Bueno, dejemos la lección cervecera que se me ve el plumero...


Esta es la entrada principal a la calle donde vivo. Un poco al fondo, a unos tres minutos andando, está la casa de Rosslyn y Aiden.


Y si os apetece tomar algo en una terracita pues ningún problema. Todos los garitos de Sydney tienen la suya propia, y cualquier día puedes encontrarte australianos tomando algo en la calle. No importa que llueva, haga frío, o los alienígenas estén destruyendo el mundo; el australiano, si tiene tiempo, se toma la cervecita o el aperitivo en la calle. En algunos aspectos son más cuadriculados que los alemanes, de verdad.


Casas comunes de la zona. Como podéis observar el barrio tiene un rollo bastante inglés, al menos en lo referente a su arquitectura. Por cierto, el edificio de en medio está en venta, por si estáis interesados. Calculo que podrá costar unos $400.000 (y no estoy de coña, lo más seguro es que sea más)


Una de las calles adyacentes a la principal. Cómo se puede apreciar, la zona es más verde que una película de Andrés Pajares y Fernando Esteso. Aunque claro, no me extraña que sea tan verde, si aquí llueve más de lo que nunca había visto en mi vida. Ahora mismo, mientras escribo estas líneas, continúa lloviendo mientras el día se va (y no ha dejado de llover desde que me he despertado)

Bueno, eso es todo por ahora, espero que os haya gustado el reportaje fotografico que nada tiene que envidiar de los de National Geographic (aunque ya quisieran ellos los agudos comentarios, je, je) En la siguiente entrada inserto algunas fotos de mi nueva casa.

domingo, 18 de septiembre de 2011

Un nuevo hogar


Nivel de inglés: Ahora que me estaba acostumbrando al acento australiano (que es jodido de narices) va y me voy a vivir a una casa dónde uno de los dueños es irlandés. El otro día estaba hablando con él en la cocina y no le entendía nada de lo que me estaba contando, el tío no hacía más que rajar y yo asintiendo con la cabeza como un idiota, pero sin enterarme de una mierda. No sé, a lo mejor si algún día comparto unas cuantas Guiness con él en un pub (no menos de diez) acabaré pillándole algo, no veo otra solución.

Pues sí, he vuelto a mudarme, y ya van tres. Estoy de ir recorriéndome Sydney con las maletas a cuestas (y cada vez tengo más cosas que acarrear) hasta las narices. Esperemos que este sea el sitio definitivo, porque voy a una media de mes y medio por casa.

Ahora tengo cuatro nuevos compañeros de apartamento: Aiden, Rosslyn, Charlie y Diva.

Aiden es el irlandés, novio de Rosslyn y dueños de la casa. Charlie es ciego (le falta el ojo izquierdo y el derecho lo tiene inutilizado) y no sé muy bien si tiene algo con Diva o no, porque no hablan mucho, la verdad, tan solo se limitan a comer y dormir, no son muy comunicativos…

La casa está en Redfern, otra zona de Sydney. Dicen por aquí que es un poco conflictiva porque viven muchos aborígenes (que dedican su tiempo de ocio, que es lo que les queda del día después de dormir, a ingerir todo el alcohol que les permita su bolsillo); pero hasta ahora no he tenido ningún problema, la zona es tranquila y me pilla a diez minutos andando de la estación de tren. Si queréis echarle un vistazo, poned esta dirección en el google maps, es dónde vivo:

Sydney, 97 Mitchell Road, Alexandria, New South Wales, Australia

La casa está bastante bien. Es una unifamiliar de dos pisos con un pequeño jardín. Tiene su encanto, es antigua, de estilo inglés, toda de madera, con tres hogares que no se utilizan (aquí lo de usar la chimenea no se estila mucho, además el invierno no es tan crudo como para tener que encender el fuego), pero que le dan un toque clásico a la casa. Mi habitación está en la segunda planta y es enorme, con un techo de más de tres metros y una cama de matrimonio que no puedo abarcar con los brazos extendidos. La verdad es que el cambio hasta ahora ha sido a mejor, nada que ver con la residencia de Kings Cross (por suerte) Lo malo, como siempre, es el precio, que sigue siendo de $250 semanales, aunque aquí los pago más a gusto que en el otro sitio, para que os voy a engañar.

En cuanto a los dueños de la casa, Aiden y Rosslyn. Pues son un encanto, la verdad, muy majos. Además con ellos hablo bastante más inglés de lo que hablaba en la residencia (a pesar de que al irlandés no le entienda casi nada) Rosslyn es una australiana más o menos de mi edad, que se dedica a cantar. Hace alguna actuación en pubs y fiestas privadas, y también graba canciones para distribuirlas por Internet. El otro día llegué a casa cuando estaba grabando (tienen una habitación repleta de instrumentos para ello) y la verdad es que tiene una bonita voz. Intentaré averiguar si se puede escuchar algo suyo por Internet…)

Aiden es aficionado a la pintura, la casa está repleta de sus cuadros… y un mural enorme en una de las paredes del jardín. No pinta mal, pero no se dedica a ello, tan solo es un hobby. La verdad es que está bien vivir con ellos, tienen un rollito bohemio que me mola, todo lo contrario al rollo fiesta guiri de borrachos impresentables que había en la residencia.

Los dos últimos miembros de esta pequeña familia, Charlie y Diva… Bueno, son perros, ¿qué os habíais imaginado? No me voy a quejar, son bastante tranquilos, tal como he dicho se limitan a comer y dormir, así que de momento ningún problema con ellos.

Y eso es todo con respecto a mi nuevo hogar. Esperemos que la cosa vaya bien por aquí y no me vea obligado a mudarme a otro sitio, ya estoy un poco harto de llevar las maletas de un lugar a otro. En cuanto al plan de irme a vivir con el taiwanés y el italiano, pues se ha quedado en nada, claro. Estos dos buscaban un apartamento en la ciudad por menos de $150, y eso aquí es inviable. Además, se movían menos que el tío de Mar Adentro; si es por ellos ahora estaría durmiendo debajo del puente.

Por cierto, el otro día, y aprovechando las vacaciones, volví a Nola´s house para cenar. Por supuesto nada ha cambiado por allí. Cuando llegué, la abuela estaba cocinando con Bob Marley a todo volumen y una copa de Brandy con soda en la mano. No veáis que espectáculo cuando me obligó a bailar con ella al ritmo de “Jamming”… lamentable es quedarse corto.

miércoles, 7 de septiembre de 2011

Melbourne


Nivel de inglés: No lo tengo muy claro, que queréis que os diga. La verdad es que todos estos días en Melbourne me los he pasado hablando y escuchando inglés, y me he defendido, pero de ahí a decir que hablo inglés va un abismo. Es cierto que este viaje no lo hubiera podido hacer el primer mes que estuve aquí ni de coña, pero aún así, después de tres meses en Australia, esperaba tener algo más de nivel, la verdad. Bowen y Michael (mis compañeros de viaje) se han echado buenas risas a mi costa por mi lamentable pronunciación y las meteduras de pata cuando hablaba y mezclaba past participle, past simple y otras movidas semejantes. Pero bueno, yo también me reía de mi mismo, ¿qué iba a hacer?, la mayoría de las veces era bastante gracioso. Menos mal que aún me quedan varios meses por delante, porque si tuviera que volver ahora tendría la sensación que no he aprendido nada relevante todavía. En fin, habrá que armarse de paciencia y currárselo un poco más, lo que tengo claro es que no me voy de aquí hasta que no tenga un nivel aceptable de inglés.

Lo primero quiero pedir disculpas por lo poco que me lo he currado con el blog estos últimos días, pero tenéis que entender que la semana antes de acabar las clases (ahora estoy de vacaciones) tuve dos exámenes el mismo día, y después, con todo el rollo del viaje a Melbourne, no he tenido tiempo hasta ahora para poder escribir esta entrada. Espero poder seguir con el ritmo marcado de una entrada por semana.

Tal como conté en anteriores entradas, he pasado unos días en Melbourne, un buen comienzo para estas tres semanas de vacaciones forzadas que tengo por delante. Me apunté a última hora cuando mi compañero de clase, Michael (recordemos, el alemán gafe) me dijo que iba a pasar unos días en Melbourne con su antiguo compañero de casa, Bowen (un taiwanes muy cachondo), así que, en apenas 30 minutos, reservé vuelo y hostel para pasar esos días con ellos. Como quiera que el vuelo era bastante caro a la hora que ellos lo habían pillado (las 8 de la tarde), yo pillé un avión más económico ($30 menos) que salía un pelín antes (a las 7 de la mañana), por lo que empecé el viaje levantándome de la cama a las 4 de la mañana para pillar el tren hasta el aeropuerto. De esa forma comenzaron mis vacaciones. Ducha rápida, desayuno precipitado, y a la calle, con más sueño que un oso en invierno y sin tener ni idea de dónde estaba el hostel en Melbourne ni como iba a llegar a la ciudad una vez el avión hubiera aterrizado (Avalon, el aeropuerto de Melbourne, está a tomar por el culo de la ciudad) Por suerte la primera parte, llegar al aeropuerto de Sydney y pillar el avión, salió bastante bien, y pude coger el vuelo sin mayores complicaciones. Y la segunda parte, arribar en el hostel de Melbourne, también logré completarla sin problemas. Así que allí estaba yo, solo en una ciudad desconocida, y con 12 horas por delante hasta que llegara el resto del grupo. No me quedaba otra que dedicarme a la exploración, algo que se está convirtiendo en un hábito. Pero no os preocupéis, he aprendido de mis errores, y no quiero que vuelvan a echarme de un sitio como lo hicieron del Opera House, así que tan solo caminé por las calles y observé los edificios desde una prudente distancia que no albergaba riesgo alguno de acabar en comisaría. La primera impresión acerca de Melbourne es que es una ciudad muy diferente de Sydney, mucho más europea. En algún momento de mi caminata (y creedme, el primer día anduve más que Forrest Gump), hubo momentos en los que creí estar en alguna capital europea como Berlín, o Londres. Pero bueno, tampoco quiero enrollarme mucho con este tema, si estáis interesados en el lado turístico de la ciudad podéis pillar una guía o consultar Internet.

Finalmente Bowen y Michael llegaron (¡a las 11 de la noche!... para que luego hablen de la puntualidad alemana) Poco más aquel día: cenar algo cerca, un par de cervezas y al sobre… Ah, bueno, y sesión de fotos, por supuesto, no sé no cuantas fotos han sacado entre los dos en seis días, pero estaban todo el tiempo con la puñetera cámara en las manos, ¡joder, si hasta fotografiaban los cubos de basura!, menudo par de frikis. Yo, por supuesto, me había dejado la cámara en la habitación para variar. El último día del viaje le pedí a Bowen que me pasara las fotos al Ipad, y, después de borrar varias decenas que no me interesaban, tenía 485 en el puñetero Ipad, ¡485 en solo seis días! En serio, ni los de National Geographic. Iba a meter algunas fotos en esta entrada, pero como soy un desastre, cuando pasé los archivos del Ipad al Mac hice algo mal y borré todas las fotos. ¡Qué queréis!, es la primera vez que tengo un Mac, es normal que me haga alguna cagada de vez en cuando, ¿no? Es el proceso natural de aprendizaje. De todas formas le he pedido a Bowen que vuelve a pasarme las fotos, en cuanto las tenga haré una entrada especial con las mejores de ellas y algunos comentarios, lo prometo.

¿Por dónde iba? ¡Ah, sí, el segundo día! Dormíamos en un hostel muy céntrico, en una habitación para seis personas, llamado Greenhouse backpacker, por si os da por viajar a Melbourne y queréis un buen sitio para alojaros; limpio, barato y agradable (todo lo que no he encontrado en mis dos acommodations de Sydney…) Bien, continúo. El segundo día lo dedicamos a explorar la ciudad, esta vez en mayor profundidad, entrando en los sitios (ahora que tenía la cobertura del taiwanes y el alemán) Melbourne es más barato que Sydney, y puedes pillar el tren y el bus que la ciudad pone a disposición de los turistas para viajar a cualquier sitio gratis, algo que en Sydney es impensable (creo que esa palabra ni siquiera existe en su vocabulario) Total, que pasamos el día de un lado a otro, viendo museos, edificios, bares… en fin, un montón de cosas (para más detalles acudir a la guía o a Internet, citados anteriormente) Terminamos el día metidos en un pub enorme donde servían jarras de cerveza por $8 cada una (una ganga, de verdad) y pizzas pequeñas por $4 (ese precio no se ve ni en España); total, que en ese bar nos juntamos con un coreano que dormía en nuestra misma habitación y que al día siguiente se piraba a Brisbane a las 6 de la mañana, lo convencimos para que se tomara unas cervezas con nosotros y la cosa acabó como no podía ser de otra manera; era la primera vez que el coreano bebía alcohol (era un chaval bastante joven), así que, tras un par de jarras, se tuvo que ir al hostel más mamao que David Hasselhoff en ese video de la hamburguesa. Nosotros, tras 9 jarras, decidimos que una retirada a tiempo es mejor que una derrota humillante, así que regresamos al hostel, donde nos encontramos al coreano tirado en el suelo de la habitación, con los pantalones por las rodillas, y una cara de borracho que hubiera sido el orgullo de sus padres (por supuesto los dos frikis se hartaron de tomar fotos) Lo metimos como pudimos en la cama y nos fuimos a sobar. Al día siguiente teníamos una prueba de fuego: habíamos alquilado un coche para recorrer la Great Ocean Road, un carretera muy popular con unas increíbles vistas del océano. Necesitábamos coger fuerzas ante lo que estaba por venir, porque era la primera vez que íbamos a conducir por la izquierda…

Conducir por el lado contrario es toda una experiencia. Primero te sientas en el lado del copiloto, por lo que todo es bastante extraño al principio. Cuando vas a poner el intermitente le das sin querer al limpiaparabrisas, porque las palancas están situadas en el lado contrario al que estamos acostumbrados. Pero bueno, ni tan mal, en apenas unos minutos ya te has hecho con el control de la situación, y aunque la perspectiva conduciendo desde el lado izquierdo es un tanto chocante, pronto te haces a ello, así que al final es menos complicado de lo que podrías esperar. Lo malo es conducir en una ciudad desconocida atendiendo las instrucciones de un taiwanes y de un alemán que te gritan cosas en inglés al mismo tiempo (e veces contradiciéndose entre ellos), así que os podéis imaginar. Mis dos compañeros me dejaron a mí el cometido de salir y entrar en Melbourne, mientras que ellos se dedicaron a conducir una vez nos encontrábamos en la carretera. Salir de la ciudad fue toda una odisea, me salté dos semáforos en rojo, y en una ocasión me metí por la dirección errónea, atravesando una calle por la derecha en plan kamikaze (menos mal que la calle era corta y solo vino un coche de frente, aunque creo que acabó destrozando el pito y nos insultó en todos los idiomas que se le pasaron por a cabeza en esos agónicos segundos) Por supuesto Bowen y Michael no hacían más que gritarme y llevarse las manos a la cabeza (creo que en algún momento pensaron en saltar del coche en marcha), pero al final, con más pena que gloria, logramos salir de la ciudad y adentrarnos en la famosa carretera (famosa para los australianos, claro, porque yo era la primera vez que la oía) El resto del día muy bien, un montón de kilómetros con unas vistas espectaculares, muchas risas, millones de fotos y al final, después de todo el día conduciendo, llegamos a los Doce Apóstoles, un conjunto de rocas titánicas a orillas del océano por las que merece la pena recorrer tantos kilómetros. Tras esto (y mil fotos más en ese lugar), camino de vuelta a casa, de noche, y una vez cerca de Melbourne otra vez me tocaba a mí pillar el coche. Un desastre, la verdad, más de una hora dando vueltas para encontrar el sitio donde teníamos que aparcar el puñetero coche. No sé ni cuantas pirulas pude hacer, pero si no acabamos en comisaría fue de puro milagro.

Esa noche celebramos el cumpleaños de Bowen (que era ese mismo día) Paella preparada por mí para cenar y un juego improvisado para beber calimocho (estoy empezando a odiar profundamente esa bebida) Se juntó con nosotros un neozelandés que estaba en la cocina, más tajao que Boris Yeltsin en una boda, y que acabó poco más o menos como el coreano de la noche anterior. Lo dejamos durmiendo la mona en un sofá de la sala común (lo de ir dejando personas borrachas tras de nosotros se estaba convirtiendo en una peligrosa costumbre), mientras nosotros nos fuimos a la cama, destrozados por el día que habíamos pasado. Esa fue nuestra última noche de juerga, y la verdad es que fue bastante lamentable.

El domingo lo pasamos con más pena que gloria pateando de nuevo la ciudad. No hay mucho reseñable en ese día. Acabamos cenando en un italiano muy famoso por allí (estaba bastante alejado de la ciudad y no me acuerdo del nombre, lo siento) Alguien la cagó a la hora de pedir (fue el camarero, pero se negó a aceptarlo), y terminamos con la mesa hasta arriba de comida y pagando una cuenta de unos $22 por cabeza, lo cual tampoco es caro si lo piensas, porque había comida para un regimiento cosaco. Total, que nos llevamos las sobras en un tuperware y solucionamos de una tacada la comida del día siguiente.

El lunes, un día antes de regresar, decidimos hacer otra excursión, esta vez metidos en un bus que nos llevase, ya habíamos tenido suficiente coche por este viaje. Tocaba día de ver animales (ahorraros los chistes fáciles) y el bus nos llevó hasta Philip Island, en la punta sur de Australia, para ver los Little penguin, una especie de pingüinos pigmeos que solo residen en esa parte del país. El trayecto nos llevó primero a ver canguros (los primeros que veo desde que estoy aquí), donde podías darles de comer y tocarlos si querías; después vimos koalas (también los primeros que veo) y finalmente llegamos a Philip Island, donde, sentados en la playa, esperamos a que los Little penguin regresaran del mar al anochecer para volver a sus madrigueras (o como se llame el sitio donde viven los pingüinos) La experiencia estuvo bastante bien, y aunque nos jodimos de frio aguardando en la playa a que aparecieran los pingüinos enanos, la espera valió la pena. De repente, cuando la noche acababa de caer, empezaron a aparecer pingüinos del tamaño de una botella de vino arrastrados por las olas, que atravesaban la playa tambaleantes (no pude hacer otra cosa que recordar al coreano y al neozelandés de las pasadas noches) para dirigirse a sus madrigueras. Fue bastante emocionante, de verdad, creo que es lo que más me gustó de todo el viaje. Por supuesto, mis dos compañeros de viaje se dejaron los dedos de tanto presionar el botón de sus cámaras.

No se me ocurre mucho más que contaros. El último día fue bastante normalito, más pateadas por la ciudad y poco más. Después bus de vuelta al aeropuerto y llegada a Sydney a eso de las 11 de la noche. Lo raro es que cuando llegué a Sydney me sentí como si, de alguna forma, hubiera vuelto a casa. Supongo que me estoy acostumbrando a vivir en esta ciudad.