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sábado, 23 de julio de 2011

Harry Potter, la Macarena y el tuerto

Nivel de inglés: El viernes estuve viendo la última de Harry Potter en el IMAX (in english, of course), y logré enterarme de casi todo. Vale, ya me había leído el libro antes y sabía de qué iba, pero aún así no me podéis quitar cierto mérito.

¿Cómo puedes empezar la noche viendo Harry Potter y acabarla acompañando a su casa a un tuerto, con parche y todo, al que no conoces de nada… y entre medias bailar la Macarena con una japonesa…?

Empecemos por el principio…

Supongo que no os habréis enterado, pues raramente se habla de Australia en España, y lo que aquí ocurre es materia desconocida para el resto del mundo. Es algo así como “lo que pasa en Australia se queda en Australia”. Bien, el caso es que estos últimos días ha estado saliendo en las noticias un tío con una pinta rara (sotana y larga barba blanca) diciendo no sé qué leches de construir un barco enorme. Al mismo tiempo han estado desapareciendo animales de los zoos colindantes y al parecer se les atribuyen estos hechos al tío de la pinta rara y a varios de sus hijos. Lo que trato de decir es que lleva toda la semana lloviendo sin parar, y si esto no es el comienzo del segundo diluvio universal, pues ya me contaréis qué narices es.

En serio, el tiempo aquí es un desastre. La lluvia es constante, no para. Es una ligera llovizna la mayor parte del tiempo, pero de repente le da por jarrear y es entonces cuando no te libra ni un paraguas. Para que os hagáis una idea, el martes se me ocurrió la brillante idea de irme a correr un poco, la lluvia era liviana, casi agradable, así que me calcé las deportivas y a la calle. Perfecto. Pues bien, no llevaba ni diez minutos cuando la cosa empezó a complicarse. En menos de un minuto pasó de llover solo unas tenues gotas a caer la gran jarreada; de verdad que era como si te lanzaran pozales de agua a la cabeza. Para cuando quise volver ya estaba chorreando. Y para más cachondeo, cuando entro en la residencia me encuentro a un canadiense viendo la tele que me mira y pregunta: “Is raining?”, y yo que lo miro, soltando agua como una fregona sin escurrir, me fijo en el charco que se estaba formando en el suelo debajo de mí y le digo con una sonrisita estúpida: “A little bit”

Os preguntaréis a qué viene esto. Paciencia, es solo una pequeña introducción para explicar por qué ahora salgo con paraguas a la calle (la primera vez en mi vida que utilizo uno, quien me iba a decir que tenía que ser en Australia precisamente). Lo del paraguas es un detalle importante, como se verá más adelante. Todo tiene su razón de ser.

Total, que el viernes por la noche mi único plan era ir al IMAX y ver la última de Harry Potter. Había cogido entrada a través del colegio porque salía más barato ($20 en lugar de $28. Sí, aquí lo del cine es una ruina) y cuando llegué allí había más de veinte compañeros de la escuela (de los que no conocía ni a cinco). La peli bastante bien y la pantalla con las 3D impresionante (es el IMAX con la pantalla más grande del mundo). Salí contento porque me había enterado de casi todo, y ya estaba dispuesto a irme a mi residencia para dormir como una buena persona cuando el ruso que va conmigo a clase me dijo que la gente iba a tomar algo al “Scary Canary”.

El “Scary Canary” es un pub al que van los estudiantes extranjeros porque ponen las copas baratas (y con esto quiero decir $5 una cerveza y $7 un cubata, lo que no es mal precio para Sydney). Yo había oído hablar de él y quería saber dónde estaba por si alguna vez quería volver, así que me apunté a la expedición por puros motivos exploratorios. Llovía a cantaros, por supuesto, estuvo lloviendo así toda la noche, sin tregua. El caso es que llegamos al Scary y aquello era un despelote. Todo el mundo bailaba desaforado, saltando, gritando. La música estaba a tope (al menos no era máquina y ponían alguna canción conocida). La gente tenía pequeños cubos de playa de un litro con un líquido azul que me da a mí que no era agüita de mar. Y en un rincón había un montón de peña de mi escuela (a los que solo conocía de vista en su mayoría) que llevaban allí un par de horas (al parecer es un punto de reunión los viernes por la noche). El caso es que me dejé llevar, todo por mezclarme con la gente, ya sabéis. De repente, no sé cómo, tenía un cubo de playa en mis manos. El líquido azul era dulce y empalagoso, como beber merengue de pitufo. Sin pretenderlo ya estaba metido de lleno en la fiesta, adiós a mi noche de descanso. Los pozales costaban $10, pero por suerte conocí a un grupo de australianos y les debí caer en gracia, porque me invitaron a dos y me dieron su teléfono para que los llamara el sábado, pero al día siguiente no me vi con fuerzas para llamar (me quedo con el número, tal vez el próximo finde…). Total, tres pozales y un par de cervezas después estaba bailando con los de la escuela y en estas que ponen “La Macarena” (hay que joderse, de verdad) y, claro, yo era el único español, así que se me quedan mirando como si yo hubiera hecho la coreografía de la puñetera canción y esperasen que se la enseñara allí mismo. Por suerte apareció Yukako, una compañera de clase (japonesa, por supuesto, no va a ser de Algeciras con ese nombre) que se sabía el baile.

Dejad que os cuente algo de Yukako. Ya he dicho algo sobre los japoneses en otras entradas, así que intentaré no repetirme. Yukako es una chica de edad indeterminada (me cuesta echarle años a un japonés, o son jóvenes o viejos, no hay punto intermedio). Viene a clase conmigo desde el primer día y nunca he logrado sacarle más de una palabra seguida, a no ser una repetición absurda de vocales cuando le preguntas alguna cosa, a la vez que empieza a mirar de un lado a otro, como si temiera ser atacada en ese preciso momento. Es gracioso las primeras 14 veces, luego empieza a ser un poco desconcertante y al final terminas por pasar del tema. No sé para qué vienen a Australia algunos estudiantes japoneses, de verdad, porque para lo que hacen… lo mismo podían enviar un Tamagochi.

Pues el viernes Yukako parecía transformada, como si le hubiera mordido un koala rabioso o algo así; era un espectáculo verla bailar la Macarena, y yo al lado, haciendo el ridículo. Y la peña de mi escuela bailando también al unísono. De verdad, lamentable. Bailar la Macarena a estas alturas, con el asco que me da la cancioncita de las narices. Hubiera sido mejor no tener que recordar algo así, pero en fin.

El Scary lo cerraban pronto, a eso de las 3 de la mañana, lo que me dejaba dos horas hasta poder pillar el primer tren que me llevara a Kings Cross. El ruso (Alexei) y yo, junto a un pequeño grupo de supervivientes de los estragos causados por los cubos playeros, decidimos que ya había habido fiesta suficiente por esa noche, y nos fuimos a un McDonald´s para hacer tiempo hasta que pudiéramos pillar medios de transporte públicos que nos llevaran a nuestras respectivas casas. Nada que destacar aquí, hamburguesa mierdosa para el cuerpo y un rato de espera intentando hablar en inglés lo mejor posible (las copas del Scary ayudaron)

Total (y aquí nos aproximamos a la parte más rara de la noche) que llego hasta la estación, me despido de los pocos que quedan conmigo, y engancho el primer tren con destino a Kings Cross. Son las 5 de la mañana y yo ya no puedo ni con las cejas. En el tren hay un par de tíos sobando en los asientos y una borracha que intenta mantenerse en pie apoyada en la barra metálica (todo muy glamuroso, ya sabéis lo que se cuece a esas horas). Por fin llego a la estación y veo que un puesto de café está abierto, por lo que me paro un momento a pillarme un capuccino caliente (lo de pedir capuccino no es porque sea el más guay del lugar, solo se debe a que es el más fácil de pronunciar). Con el café calentándome las manos salgo a la calle, donde sigue lloviendo a degüello. Voy a coger mi paraguas y me doy cuenta que no lo llevo conmigo, pero recuerdo que lo llevaba cuando había salido del tren. Echo mano de mis dotes deductoras (atrofiadas por las copas del Scary) y llego a la conclusión de que solo puede estar en el puesto de café. Aún no he llegado cuando veo a un tío tan alto como yo, abrigo verde deshilachado, botas con cordones desatados, pelo largo y gris, peinado gracias a su propia grasa capilar y un parche negro que le cubre un ojo (no recuerdo cual). Un tío raro, como hay muchos en Kings Cross, pero lo peor de todo es que lleva mi paraguas.

Vale, ahora os estaréis preguntando como sabía yo que ese paraguas era mío. La respuesta es sencilla, si veis a un tío como el que os he descrito con un paraguas rojo con lunares blancos, pues como que no le pega mucho, ¿no? (Sí, me compré un paraguas rojo con lunares, ¿qué pasa?, era el más barato que encontré, y aún así me saquearon $20, pero es bueno y le he cogido cariño)

Sigo. Veo al tuerto con mi paraguas y entonces me acerco a él y le digo: “Excuse me, but this umbrella is mine”, a lo cual el tío me mira y me suelta que el paraguas es suyo, y yo que no, que es mío. Total, que nos estamos un rato discutiendo sobre quién es el legítimo dueño del paraguas, pero lo que yo tengo claro es que ni de coña me voy a casa bajo la lluvia sin él. Al final, no sé muy bien cómo, el tuerto admite que se ha encontrado el paraguas en el puesto de café, y me dice que si lo quiero tendré que acompañarle hasta su casa y entonces me lo dará. Calculando las opciones que tengo de recuperar el paraguas sin aceptar su oferta, al final decido que lo mejor será acompañar al tuerto a casa. Y así pasó, los dos debajo del paraguas rojo con lunares blancos, muy juntitos para evitar mojarnos, sin dirigirnos la palabra y hacia un destino inconcreto (al menos para mí). Al final llegamos a su casa, un edificio digno de Torrente no muy lejos de la estación, en un callejón de Kings Cross, y el tuerto hasta me dio las gracias y todo, el jodido. Al final me entregó el paraguas y nos dimos la mano, como si no hubiera pasado nada, en plan muy caballeroso.

Y esa es la historia. Nada del otro mundo, pero merecía la pena contarla, ¿no?

sábado, 16 de julio de 2011

Explorando la ciudad

Nivel de inglés: Ayer estuve hablando con un indio mientras cenaba en la residencia y hubo momentos que parecía un auténtico diálogo de besugos. En serio, me recordaba a aquellos monólogos de Gila cuando hablaba por teléfono.

En la ciudad te pasan cosas. Nada que ver con vivir a más de una hora en el país de David el gnomo. Por fin he cambiado de casa y ahora estoy en Kings Cross, a 10 minutos de mi escuela desde que salgo por la puerta de la residencia (ya os contaré más adelante algo sobre ella)

El caso es que, como digo, en la ciudad te pasan cosas. Aunque no quieras, suceden porque sí, porque existen más posibilidades de que pasen. Estaba esta mañana en la habitación pensando en que tenía que escribir algo en el blog pero no se me ocurría muy bien qué (lo de la cueva del japonés vendrá más adelante), así que he decidido salir a la calle a explorar un poco, tipo tío Matt el viajero(si sabéis a quién me refiero es que sois demasiado viejos…) Ahora vivo en la city y con solo coger un tren me planto donde quiera, así que hoy he pensado que lo mejor sería ir a la zona de la Opera House y comer algo en los Jardines Botánicos (que están al lado, una especie de Central Park australiano). Total, que pillo el tren en un día en que el sol brilla con ansia en el cielo (llevaba lloviendo tres días y se agradece un poco de buen tiempo) y me planto en Circular Quay (de donde salen los ferrys y lugar de obligado paso para llegar a la Opera House y los jardines). Todo está petado de gente, turistas en su mayoría (sí, ya sé que yo también soy un turista, pero cuando llevas viviendo en un sitio más de un mes pues como que te sientes uno más, que le vamos a hacer). La verdad es que es un cambio agradable salir de casa y encontrarte con gente, tiendas, bares, bullicio… y no los árboles y los abuelos de Narraweena.

Lo primero que he hecho es pillar algo de comer en una pequeña tienda (cus-cus para quien le interese) y dirigirme después a los Jardines Botánicos para papear tranquilamente en un sitio agradable mientras leía algo (Harry Potter en inglés; información para los curiosos). Total, que encuentro un banco a la sombra de unos árboles enormes (y desconocidos para mí, que me sacas de los olivos o los pinos y ni idea), con la bahía de fondo, la Opera House a la derecha y más allá el Harbour Bridge (entorno de postal, lástima no llevar la cámara de fotos). Saco el cus-cus de la bolsa y empiezo a comer tranquilamente, mientras tato de comprender los anglosajones avatares del jodido Harry. En estas estoy cuando de repente sale de entre unos matorrales un pájaro del tamaño de un perro con un pico curvo que parece una especie de trompa. Me lo quedo mirando (un poco tenso, que en este país no te puedes fiar de la vida salvaje, porque todos los bichos parecen tener unas cualidades sorprendentes de hacerte sufrir de diversas formas a cual más dolorosa). El caso es que el pájaro se acerca con cuidado, como quien no quiere la cosa, disimulando. Está claro que quiere comer algo, así que le lanzo un poco de cus-cus. El bicho casi lo devora al vuelo, se mete los granitos por el pico-trompa como si fuera un aspirador. Lo dejo así y sigo a lo mío. El pájaro termina de comer y me mira fijamente, a la espera de más comida. Entonces aparece otro de entre los matorrales y se sitúa a unos metros de su primo. Los dos me miran. Me siento un poco incómodo, así que les lanzo un poco de cus-cus a los dos. Grave error, pues enseguida comienzan a gritarse (o lo que sea que hagan) entre ellos, extendiendo sus alas en plan gallito. Cómo algo más, arrepintiéndome de haberme sentado allí (muy bonita la postal y toda la movida, pero donde esté la seguridad de un restaurante…) y en ese momento otro pájaro de las narices aparece, esta vez de otro matorral a mi derecha. La situación me recuerda a la película Parque Jurásico, cuando  atacan los velocirraptores. Rememorar eso no me hace sentir precisamente mejor. Miro el cus-cus, aún me queda más de la mitad. Los pajaros siguen peleando entre sí, se une a la movida el tercero que acaba de aparecer. Aparecen otros pájaros más, estos del tamaño de un gorrión gordo, de color amarillo y rojo, con un poco de verde entre los ojos (parece que se hayan puesto las pinturas de guerra); de estos nuevos llegan unos diez y empiezan a revolotear por el banco, lanzando miradas ansiosas al puñetero cus-cus. Zarandeo las manos para que se larguen, pero los jodidos son valientes y no se achantan, sino que siguen dando la paliza con mayor insistencia. La gente que pasea por los jardines se me queda mirando, divertida; empiezo a sentirme un poco ridículo. Sigo comiendo, engullendo más bien, para acabar con esto cuanto antes. Y es entonces cuando (¡venga ya, tiene que ser una coña!) vienen volando un par de gaviotas. Un pequeño inciso sobre las gaviotas; son unas cabronas, van a saco, no se cortan ni media. Si ven comida se lanzan a por ella. Y claro, eso es lo que hacen. Cuando me ven sentado en el banco intentando comer algo, una de ellas se lanza en picado en plan kamikaze. Consigo esquivarla, pero esto es más de lo que estoy dispuesto a arriesgar por comerme un cus-cus de mierda, así que me levanto, cojo lo que me queda de comida y la tiro a la basura, donde solo las gaviotas intentan aventurarse para pillar algo. Se puede decir que he vivido mi propia escena de Los pájaros mientras comía.

Total, que tras la experiencia de los jardines decido adentrarme en territorio civilizado y me voy a dar una vuelta por la Opera House, que está a menos de diez minutos del malogrado lugar de la comida.

La Opera House es impresionante y su situación espectacular. Puedes entrar por alguna de sus zonas solo como mero visitante, para echar un vistazo. Así que eso es lo que hago. Pillo algunos folletos con información sobre futuros conciertos y obras de teatro. Me doy una vuelta por uno de sus bares. Bajo unas escaleras, subo otras. Me asomo a una barandilla para observar el mar. Vuelvo a bajar unas escaleras. Y de repente estoy en un sitio que me da a mí que no es para turistas. Un largo pasillo de cemento y granito parece descender lentamente. Lo sigo, pero no las tengo todas conmigo. El pasillo sigue, hay tubos metálicos de diversos colores en la pared derecha, parecen del sistema de calefacción o algo así. Veo unos escalones que bajan un poco más, tiro “pa lante”, nada de retroceder. Las escaleras llevan hasta una enorme sala con más tubos y cajas de madera a la izquierda. Hay alguna abierta y veo lo que parecen ser telas o algo así. Es entonces cuando tengo claro que esto no es para turistas. Voy a recular cuando oigo un grito; me doy la vuelta. Un tío vestido con una especie de uniforme azul  está haciéndome gestos con su mano, visiblemente cabreado. Me quedo quieto, respiro hondo, esto no puede ser peor que lo de los pájaros, ¿no? El tío se acerca, casi corriendo; veo a otro que viene detrás de él. Cuando llega ante mí me empieza a gritar y me coge del brazo. Yo, claro, intentando explicarles que me he confundido y todo eso, pero como que no me hacen ni caso. En fin, resultado final: que me han echado de la Opera House.

Ahora escribo esto escondido en la habitación de la residencia. He quedado está noche con el español, un francés y un alemán (no, no es un chiste) para salir de nuevo por King Cross, pero no sé yo si va a ser buena idea, viendo el día que llevo… pero que narices, para eso estoy aquí, ¿no? Kings Cross prepárate, esta noche segundo asalto…

Ya veremos que tal va la noche. Como ya he dicho en la ciudad te pasan cosas… alguna tiene que ser buena.

sábado, 9 de julio de 2011

Nola´s house

Nivel de inglés: Soy prudente en mi optimismo, pero poco a poco (muuuuy lentamente) voy mejorando. Ya paso de la típica frase en plan indio (yo Luisito, yo hambre, yo tener resaca) a algo un pelín más complejo; vamos, al nivel de un niño de 2 años de por aquí (y creedme, eso ya es mucho). No, si al final va a resultar que voy a aprender inglés y todo.
Llegó el momento que todos estabais esperando, la razón por la que muchos visitáis regularmente el blog a la espera de actualizaciones. Sé que he tardado más de lo esperado, pero creedme cuando os digo que aquí los días se pasan en un suspiro. Por fin tenéis ante vosotros (y perdonadme las mujeres por utilizar siempre el masculino, pero si me pongo a hacer distinciones políticamente correctas esto se puede eternizar), ¿qué estaba diciendo? ¡Ah, sí!, aquí tenéis ante vosotros el reportaje fotográfico de Nola´s house. Ha sido complicado conseguir alguna de las fotos, pero al final, como un veterano profesional en zona de guerra, he logrado cumplir con el objetivo propuesto. Espero que el resultado final esté a la altura de vuestras expectativas.
Nota: Esta entrada va a quedar un poco larga, me temo, pero sed indulgentes, al fin y al cabo solo escribo una vez por semana (más o menos)
Empecemos por el fabuloso barrio de Narraweena, una zona bucólica pastoril atestada de zonas verdes colmadas de árboles, ardillitas y conejos campando alegremente por los jardines, sonrientes vecinos que te prepararán una suculenta tarta de bienvenida si te mudas al barrio… En fin, lo típico que hemos visto millones de veces en películas y series americanas, el barrio de los osos amorosos, vamos. Os dejo una foto que ilustra bastante bien (creo) lo que intento deciros.
Un resplandeciente día en Narraweena
Vale, contado así parece el puñetero paraíso, ¿no? ¿Qué más quiero? Pues bueno, después de un mes aquí ya he tenido caramelada suficiente para endulzar un bacalao. Sí, sí, está muy bien, muy tranquilo, muy acogedor… pero es aburrido hasta la médula. Es… no sé, como vivir en el pueblo de Heidi, muy bonito al principio, pero después qué haces, ¿jugar al julepe con el abuelo?
Bueno, creo que más o menos entendéis mi decisión de mudarme. Paso a comentar la foto. Lo que veis es la calle de Nola´s house. Más o menos todas las calles son iguales, con casas individuales mejor o peor avenidas (todo depende de la casa que se tenga), y la tranquilidad absoluta reinando por doquier. La casa de la abuelita está al fondo a la derecha, oculta por una frondosa hojarasca. Si os fijáis bien se puede apreciar el porche de entrada. Sí, es esa cosa naranja con un par de columnas verdes. Paciencia que el reportaje fotográfico está currado y creo haber cubierto todos los ángulos. Pasemos a la siguiente.
La fachada principal de Nola´s house
Poco puedo añadir a lo que veis. Como se puede apreciar en tan profesional fotografía esta es la fachada de la casa que da a la calle mostrada en la anterior foto. La vegetación es profusa, exuberante; tanto, que muchas veces da la impresión que va e engullir la propia casa. Si os fijáis en el amplio ventanal que domina la fachada, no existe el menor vestigio de persianas o cortinas; aquí el concepto de privacidad es un tanto diferente al que tenemos en España, y ya no me pongo a hablar del asunto del Sol, del que no tienes ninguna escapatoria cuando le da por entrar libremente a través del cristal. Si no puedes dormir con mucha luz, pues lo siento mucho, esta no es la casa que andabas buscando. Siguiente foto.
La parte trasera de la casa
Bien, aquí ya podemos ver la parte privada de la casa. Lo que veis es el jardín trasero. La ventana grande de abajo es la de mi habitación, y a la izquierda, esa puerta que podemos apreciar es la que da entrada al salón de la casa. Como observaréis, el orden no es una de las virtudes de la abuela. La vasta vegetación que impera en el jardín es algo bastante habitual en todas las casas de alrededor, es como tener tu propia jungla en miniatura. La verdad es que no he visto muchos jardines privados, pero los que he tenido la oportunidad de descubrir, son más o menos como los de Nola. Si esperabais encontrar un césped cortado a cepillo y una atrayente piscina de aguas cristalinas, me temo que este no es el lugar apropiado. Aquí todo tiene un cierto sabor salvaje (por no decir desarreglado o directamente guarro). Vale, vamos con la próxima.
El jardín visto desde la casa
Y aquí tenemos otra perspectiva del jardín, esta vez cuando sales por la puerta del salón. Tiene su encanto, para que nos vamos a engañar; eso de disponer de una zona verde para ti solo siempre es algo de agradecer; pero vaya, que yo me conformo con un par de plantas de interior, no necesito sentirme Tarzán cada vez que voy a tender la ropa. Nótese al fondo la profusa vegetación que delimita el jardín, creo que en algún punto de la derecha fue donde Stanley inició la búsqueda del profesor Livingstone. Por cierto, en este apacible lugar es donde la perra se dedica todas las mañanas a ladrar a todos los pájaros que hay por el jardín (y creedme, hay muchos), ni que decir tiene que teniendo la ventana de mi habitación a menos de un metro es toda una delicia despertarse con el estruendo de los ladridos; vamos, lo mismo que si fuera el suave deslizar de las olas. En fin, vayamos con la siguiente.
Mi acogedora habitación
Nos adentramos ya entre las paredes (de cartón, todo hay que decirlo, porque a través de ellas pasa hasta la luz) de Nola´s house. Aquí tenéis una instantánea de mi querida habitación. La persiana de madera que vemos a la izquierda puede inducir a error. Si estáis pensando que debe proteger eficazmente de la luz del día, quitaos esa idea de la cabeza; las persianas son como las paredes, no voy a añadir nada más. Por cierto, la ventana no se puede abrir, así que os podéis imaginar el agradable aroma a compañerismo que se respira en la habitación. Un mes después de haber llegado, empieza a tener su propio microclima. Si a esto añadimos que las sábanas siguen siendo las mismas del primer día (y con ello quiero decir que no han sido lavadas, ni siquiera ventiladas), pues no sé, ya os hacéis una idea, ¿no? No voy a extenderme más con la habitación, lo siento, no me veo capaz, me produce escalofríos… Siguiente foto.
La cocina (o hell´s kitchen)
Aquí se puede apreciar la enorme cocina que Nola tiene en su casa (es normal, dado el trajín de gente que va y viene por su casa; entiéndase estudiantes). Los desayunos matinales (no van a ser vespertinos, que para algo son desayunos) los hacemos en la cocina, y como os habréis dado cuenta, no queda otro remedio que desayunar de pie. Os animo a que busquéis un hueco libre donde apoyar una taza o un plato (y creedme, en el sitio al lado de la tostadora es mejor no apoyar nada…). No sé, no veo necesario extenderme con explicaciones absurdas, la imagen lo dice todo. Por cierto, un pequeño juego de observación, a ver quién es capaz de encontrar el cortador de pizzas (premio para quién lo vea). Vamos a por otra.

La cocina vista desde el salón
Pues nada, otra vista de la cocina, esta vez desde el ángulo contrario. Si alguno había pensado en colocar el tazón del desayuno sobre el microondas, pues va a ser que no, ya veis que no existe el mínimo hueco, a esto se le llama aprovechar el espacio (o no limpiar nunca, vaya). Al fondo se pueden observar unas escaleras que conducen a la parte de arriba, hacia el templo  de congratulación del japonés. Next.
El salón, centro de reunión de Nola´s house
Y llegamos al final del safari fotográfico. El salón, el lugar donde todas las noches nos reunimos a cenar en torno a la mesa redonda que puede apreciarse en el margen izquierdo. El sillón del fondo es el trono de Nola, ¡pobres de aquellos que osen sentarse en él, pues están condenados a los gritos y maldiciones de la señora del lugar! A la derecha hay un sofá de tres plazas cuya dueña no es otra que la perra (que se puede apreciar descansando en la foto); ni se os ocurra sentaros en él, primero porque seréis merecedores de nuevos gritos por parte de Nola, y segundo, y no por ello menos importante, el sofá parece haber sido tapizado con pelo de perro, así que muchas ganas de sentarte la verdad es que no te entran. Por lo que solo nos queda un sofá, justo enfrente del de la perra. Tres plazas para todos los estudiantes (ahora somos cuatro, pero habrá tres más al final de la semana que viene…)
Poco más queda por contar. Aquí termina la visita guiada a Nola´s house. Por favor, antes de salir acuérdense de pasar por la tienda de regalos, donde podrán hacerse con auténticas telarañas australianas, cucarachas de colores diversos y bolas de polvo tan grandes como matojos. Espero que hayan disfrutado de la visita. El guía aceptará gustosamente cualquier propina que tengan a bien entregarle.
En serio, la casa no es tan mala como la pinto, tiendo a enfatizar los peores aspectos, pero tiene cosas buenas. La abuela es un encanto y ha tenido una vida muy interesante y movida. Después de pasar aquí un mes y haber escuchado varias de sus historias le he tomado cariño, que se le va a hacer (al final va a resultar que soy un sentimental). El caso es que escribo estas líneas cuando es mi último día aquí, mañana me mudo a Kings Cross, ¡al centro! Espero que mi nuevo emplazamiento depare al menos la mitad de historias de las que he podido sacar de Nola´s house. Ya veremos. Si estáis interesados (esto ya será a petición popular) os puedo contar algunas historias de Nola en una futura entrada, lo dejo a vuestro criterio.
¡Vale, vale! Ya sé lo que os estáis preguntando. ¿Qué pasa con el japonés? ¿Dónde están las fotos de la mítica guarida de Choko? Está bien, no os preocupéis. Tengo las fotos a buen recaudo, al final logré hacer una incursión al piso de arriba y robar unas imágenes, pero lo mejor es dejarlo para otra ocasión, más adelante. Esta entrada ya es de por sí bastante larga, y creo que la cuevita del japonés merece su propio lugar. Seguid atentos al blog, en cualquier momento puede aparecer tan ansiado reportaje…

lunes, 4 de julio de 2011

Resacón en Sydney

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Antes de nada un pequeño inciso. Quiero agradeceros a todos la preocupación mostrada a propósito de mi flora intestinal. Solo para que conste, y para que os quedéis tranquilos, voy al baño regularmente, así que ningún problema al respecto. He leído todas vuestras sabias aportaciones y me quedo con los consejos ante posibles problemas relacionados con lo que nos ocupa. No puedo terminar sin hacer una mención especial a la aportación de Sada con ese sublime comentario sobre el japonés, la zapatilla, la linterna y los ferreros, aún me estoy partiendo la caja. Aportaciones como esta son las que engrandecen el nivel cultural del blog.
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Nivel de inglés: La noche del sábado fue aumentando exponencialmente a medida que iba ingiriendo una copa tras otra. Por supuesto, el  efecto desapareció nada más despertarme el domingo. Creo que algunas neuronas que retenían información vital de lo aprendido en las clases han sido destruidas. Tendré que empezar otra vez de cero.

Primera incursión nocturna en la ciudad. El sábado quedé con Alex, un español que estudia conmigo, para salir de marcha. Gracias a que él vive en un apartamento en Bondi (una de las zonas de la city), pude quedarme a dormir en su casa, porque si tengo que volver a Narraweena (el sitio donde vivo) con toda la caraja seguro que acabo durmiendo en el fondo de algún bus.
Salimos por Kings Cross, uno de los sitios con más marcha de la city. No os puedo decir todos los pubs en los que entramos, porque fueron muchos y a medida que la noche avanzaba una oscura laguna se iba aposentando en mi cabeza (ya sabéis a lo que me refiero, ¿no?). Pero la mañana del domingo amanecí con varios nombres marcados en tinta en mi brazo derecho, así que seguro que estuve en “Golden Fish”, “ World Bar” y “Flinders”. Las copas caras, para que os voy a engañar, aunque algo menos de lo esperado (unos $9 los cubatas y entre $5 y $7 la cerveza). Menos mal que se nos ocurrió comprar botellines de vodka para ir trampeando, pero aún así, el control de daños de la noche ascendió a unos $100, contando cena y desplazamiento en taxi. Vamos, que no está la cosa para salir todos los findes.
Y en cuanto a la marcha, pues la hay, y mucha. Los pubs están petados, en algunos hay que hacer cola desde primera hora y en otros van de pijoteros y no te dejan entrar sin invitación especial. ¡Pues que les den! Hay garitos a tutiplén, así que si hay cola en algún sitio, pues te vas a otro y adiós muy buenas. La calle está petada de peña y la gente se pone hasta las cartolas (nada que no hayamos visto en España, los borrachos formamos un grupo muy unido a lo largo y ancho del mundo). Y en cuanto a la hora, pues los hay que chapan a la 1h, otros a las 3h y otros tantos que no parece que tengan horario (nosotros nos fuimos a casa, derrotados, a las 5.30h y aquello no tenía intención de chapar pronto); pero cuidadín con estos últimos, porque generalmente cobran por entrar (y solo por entrar, copas aparte). En el último al que fuimos (el Golden Fish, podéis tacharlo de vuestra lista de cantinas si alguna vez venís a Sydney) nos metieron un sablazo de $15 solo por entrar, más $9 por un cubata. No hubiéramos entrado de ser de los primeros garitos de la noche, pero cuando llevas más de 7 horas bebiendo, pues como que ves las cosas de otra forma, vaya, como un virulo intentando hacer diana.
Sé que habrá muchos de vosotros que andaréis preguntándoos sobre las mujeres australianas (los Serrano sobre todo). Hay un mito muy extendido entre la peña según el cual los españoles triunfan en Australia, que prácticamente se nos rifan. Da la sensación de que vas a entrar en un pub y que dentro todas las mujeres van a saber que eres español (así, por tu careto) y que no te va a quedar otro remedio que elegir una, agobiado por el acoso al que te veras sometido. Bien, solo puedo decir una cosa ante eso: ¡Dejad de flipar! El tema funciona como en cualquier otra parte, ni más ni menos. Los españoles no tenemos en Australia la Tierra Prometida, es más, la Tierra Prometida no existe, dejad de pensar lo contrario.
Aún así en uno de los garitos estábamos mi amigo Alex y yo apurando hasta los hielos de un cubata y sorbiendo todo el alcohol que pudiera haber quedado en la pajita (ya que son caros hay que exprimirlos todo lo que se pueda), cuando un grupo de mujeres se pusieron a bailar delante nuestro y a lanzarnos miradas sospechosas. Así que nada, para descubrir si el rollo spanish funcionaba, me decidí a ir a hablar con ellas. ¡Cágate lorito! ¿Pero qué narices estaba haciendo? ¡Si no sé ni pajolera de inglés! Claro, cuando me di cuenta de mi error ya era demasiado tarde. De repente estaba allí en medio, preguntándoles si eran australianas (una frase tan lamentable como el ¿estudias o trabajas?), y las tías muy majas, la verdad, aguantando el tipo. Me dicen que sí, claro, que son australianas. ¿Y tú? Spanish, of course, contesto. Y hasta aquí, porque después empezaron a hablar a toda leche y no había forma de pillarles nada. Sonrisa estúpida en el careto por mi parte y a empezar a recular. Más suerte para la próxima vez.
La noche en general muy bien, habrá que repetir, pero con calma, porque con $100 la noche esto puede ser la ruina. De cualquier forma también pagamos el pato de los novatos, seguro que en una próxima incursión nocturna nos gastamos menos pasta.
Lo peor vino al día siguiente. Domingo por la mañana, 12h, el Sol está ya alto en el cielo, calentando con fuerza la ciudad. Estoy en Bondi, a tomar por culo de Nola´s house, y tengo que empezar la operación retorno. Un lavado de cara rápido, toda la ropa a la mochila y a la calle. Lo primero es coger un bus que me lleve hasta el ferry. No hay problema, la estación está cerca y pillo uno rápidamente. Es a medida que el bus cruza la ciudad cuando empiezo a notar los primeros efectos de la resaca: dolor de cabeza, sensación de nausea, ya sabéis de que va. Me doy cuenta que tengo la sed de la muerte, con las prisas se me ha olvidado beber un poco de agua. El bus se para de repente. ¿Qué narices ocurre? Pues que hay cambio de turno. 10 minutos de reloj entre que se va un conductor, aparece otro y pone el bus en marcha de nuevo. La sed empieza a ser insoportable, empiezo a tener un poco de hambre también, la última vez que comí algo fue la noche anterior a las 20h. Por fin llegamos al ferry, han pasado 40 minutos de viajecito. La cabeza está a punto de explotarme. Llego justo cuando el ferry se está pirando, por lo que no me queda otra que esperar al siguiente. Paciencia, me digo, hay que aprovechar para comer y beber algo. Es una buena idea, pero sorpresa, sorpresa, no me queda ni un duro. Solo $1 ha sobrevivido a la noche anterior y con eso no tengo para nada aquí (vaya, que si se lo doy a un pobre me lo tira a la cara) Total, que aún tengo la tarjeta y puedo sacar pasta. Cola de la muerte en el cajero (los ferrys están en el centro, muy cerca de la Opera House, y los domingos la zona se pone hasta arriba), a esperar tocan. El Sol que sigue machacándome, tengo la boca como llena de polvorones. Llego al cajero, primera vez que intento sacar dinero desde que estoy en Sydney. ¡No hay manera! No sé qué narices pasa pero no logro sacar pasta. La peña de la cola detrás de mí se empieza a impacientar. No me queda otra que retirarme. Decido pillar algo en un McDonalds o en un Hangry Jack (así llaman aquí al Burger King), los únicos sitios cercanos donde aceptan tarjetas. Por supuesto están petados, la cola llega hasta la calle. Miro el reloj, el ferry está a punto de salir, así que ni beber, ni comer, ni nada, no me quiero quedar otra media hora tirado. Llego al ferry. Está petado como nunca en la vida, hasta el punto que tengo que quedarme de pie. Hay un lavabo donde puedo intentar beber agua, pero no me atrevo. Mi lengua es como una lija del siete, el estómago me ruge de hambruna. La cabeza me palpita. Para colmo hay un montón de críos que no paran de correr de un lado a otro, otros que lloran, gritan. Por un segundo me planteo seriamente saltar por la borda. Pero al fin llegamos al otro lado, después de media hora por la que no espero volver a pasar jamás. Manly, la zona donde pillo el bus hasta Nola´s house. El bus llega en 15 minutos, otra vez a esperar. Me lo tomo con filosofía, rollo Zen y esa movida. Llega el bus, por supuesto está petado, pero logro encontrar un asiento. Me relajo, ya queda menos. Nunca pensé que iba a tener tantas ganas de llegar a casa de la abuela. Y de repente otra parada imprevista. ¿Y ahora qué? Pues otro cambio de turno. ¿Pero qué pasa, están de coña? Otros 10 minutos. Yo ya no sé ni cómo ponerme, de verdad que esto es un suplicio. Pero todo acaba, y por fin llego a mi destino. La abuela está en la cocina, apenas le digo nada. Ataco con fiereza el frigo, me meto media botella de agua de un trago, después paso al jamón cocido. Prueba conseguida. Al fin en casa, ¡y solo he tardado unas 3 horas! Joder, casi me costaba menos volver a mi casa desde Valladolid.