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lunes, 9 de enero de 2012

En la Tierra Media (2)

Vuelvo por el blog para concluir con el relato de mi viaje por tierras neozelandesas. Sé que sois muchos los que esperáis que haga una entrada con las vivencias de Nochevieja, pero no os preocupéis, creo que mañana tendré las fotos y podré hacerla con documentación gráfica añadida, que siempre luce más, ¿no?

Bien, en la anterior entrada me había quedado en el punto en que decidíamos explorar Taupo y la lluvia arruinaba cualquier intento por nuestra parte de descubrir las lindezas del lugar. Total que, como buenos españoles que somos, acabamos con nuestros mojados huesos en una enorme cervecería local (y lo de enorme lo mento porque era grande de narices), a las cinco y media de la tarde (algo temprano incluso para los neozelandeses que, como sus primos hermanos australianos, son fanáticos admiradores de las cervezas de todo tipo)

El caso es que la sana intención de dar una vuelta, cenar algo y a casa, pronto se quedó en un gesto de buena voluntad que hizo aguas por todas partes y que al final terminó con nosotros bebiendo una cerveza tras otra (había que hacer tiempo hasta la hora de la cena), y tras eso degustando el plato típico de la cervecería (un bol de patatas fritas con ketchup y mostaza, delicatessen) Después, claro, no nos podíamos ir a casa así como así (menudo derroche de dinero y tiempo hubiera sido), por lo que, ya a las 9 de la noche (casi 4 horas después de haber entrado en el pub), la gente empezó a dejarse caer por el local, y nosotros allí seguimos, dale que te pego a la degustación cervecera. Pero no os imaginéis lo que no es, porque al final el sitio resultó ser un muermo, y a pesar de haber música en directo bastante cañera, los únicos que se animaron a bailar fueron un grupo de mahoríes (que cualquiera se metía en medio; en serio, acojonaban, y no los hombres precisamente...) Así que, tras unas 7 horas metidos en aquel tugurio, optamos por una honrosa retirada. Al fin y al cabo, al día siguiente nos esperaba una buena kilometrada hasta llegar a Wellington, y no era cuestión de ir con toda la resaca (aunque bueno, a esas alturas ya era un poco tarde para evitar eso)

La única foto que hicimos en el garito, aunque sirve como
perfecta ilustración a lo escrito en el anterior párrafo.

Día siguiente. Ocho de la mañana. Todo el mundo arriba. A pesar de la ingente cantidad de zumo de cevada con la que castigamos nuestros cuerpos, apenas teníamos resaca, y la poca que arrastrábamos nos la quitamos de encima con una ducha. O el estar en NZ nos había vuelto más rudos, o es que estos últimos meses en Australia hemos bebido demasiado y nos estamos acostumbrado a esto (dejo que lo juzguéis vosotros)

El día había amanecido plomizo y gris (lo sorprendente hubiera sido lo contrario), pero en nuestras cabezas estaba visitar el volcán Ngaurohoe. Probablemente no os diga nada ese nombre (a mi tampoco, si os digo la verdad), pero si os cuento que es famoso en la isla porque es el que eligió Peter Jackson para hacerlo pasar por el Monte del Destino en la trilogía del Señor de los Anillos, al menos los que tenéis una pequeña vena friki entenderéis por qué queríamos ir a verlo.

Así que cogimos el coche, y cuales alegres hobbits (estábamos los tres, Frodo, Sam y Golum; de nuevo os dejo a vosotros discernir quien era cada cual), nos encaminamos hasta el lugar donde descansa el volcan. El trayecto no fue fácil, porque una vez abandonada la carretera principal nos adentramos en un Parque Nacional, y ya sabemos que en estos lugares lo principal es preservar la naturaleza, y no construir carreteras anchas y rectas. Así que para llegar al jodido Monte del Destino (ahí empezamos a comprender el por qué de su nombre) nos pasamos un buen rato en el coche, conduciendo a menos de 50 kilómetros por hora, y comiéndonos todas las curvas que puedan existir en una carretera de mala muerte (que son muchas más de las que podíamos imaginar, menos mal que la resaca nos había abandonado)

Total, que al final nuestros esfuerzos fueron recompensados, y tras saltarnos el desvío que llevaba el monte y tener que retroceder sobre nuestros pasos (creedme que no fue nada fácil) llegamos al fin al Monte del Destino.

El Monte del Destino en todo su esplendor. 

La fotografía que he colgado es lo que deberíamos haber visto. Pero claro, no olvidemos que el día era "plomizo y gris", así que la vista no podía ser tan clara como la de la foto. Cuando llegamos, lo primero de lo que nos percatamos es que para acceder al monte había que patear 10 kilómetros (¡solo para ir!), de lo segundo que nos dimos cuenta fue del frío del carajo que hacía, con deciros que había allí un montañero pertrechado con todo lo necesario para emprender la caminata, que al vernos se quedó completamente flipao (imaginaos los españolitos con sus vaqueros y sus cazadoras de medio pelo, ¡pero a dónde íbamos así!) En fin, que ya os podéis imaginar el resultado de nuestra aventura en el Monte del Destino. Eso es la más cerca que estuvimos de él, y además tuvimos tan mala suerte que había una niebla de la leche y apenas se podía ver nada desde dónde estábamos. Total, que un desastre completo, pero nada fuera de lo común dados nuestros antecedentes...

El Monte del Destino, tal como lo vimos nosotros. Es el que se adivina tras la espesa manta de niebla.

Y aquí lo tenemos tal como aparecía en la peli. Cualquier parecido con la realidad
 es producto de los efectos especiales
Contentos y extasiados ante la alucinante visión de tan inmenso volcan (estoy siendo sarcástico, por si no se aprecia el tono), volvimos otra vez al coche para llegar a Wellington. Si llegar hasta el monte había sido una odisea, salir del parque nacional fue incluso peor. Para recorrer 30 kilómetros nos tiramos más de dos horas. Eso sí, el paisaje era espectacular, o debía serlo, porque con la niebla de las narices lo justo que veíamos la carretera y alguna que otra vaca que nos observaba desde el prado cercano con gesto de indiferencia (o de asco, vete tú a saber...)

Al final, después de seis horas en coche tras el Monte del Destino (en qué hora tuvimos la brillante idea de  ir a visitarlo) llegamos al fin a la ventosa Wellington. Y ni que decir tiene que el adjetivo se lo ha ganado la ciudad a pulso, porque fue bajar del coche y ser envestidos por un viento helado que nos hizo retroceder, de golpe y porrazo, al invierno español (y aquí no exagero nada, porque la temperatura rondaba los 12 grados, pero es que con el viento la sensación térmica era la de un baño en cubitos de hielo; debéis recordar que nosotros, a pesar de la lluvia australiana, estamos acostumbrados a temperaturas que no suelen bajar de los 20 grados, así que imaginaos el cambio para nosotros...)

Una perspectiva de nuestra entrada a Wellington (al fondo) Las nubecitas no podían presagiar nada bueno.

Pero estábamos en Wellington, y Adrián conocía a un par de españoles que estaban estudiando inglés allí, así que nos pusimos en contacto con ellos y quedamos para salir y conocer el ambiente nocturno de la ciudad. ¿He comentado que era sábado? Pues era sábado, y además, tras la frustración de la noche anterior en Taupo, teníamos que resarcirnos de alguna manera, así que nos pusimos nuestras más gruesas prendas de abrigo (por desgracia de lo único que disponía era de una triste cazadora vaquera) y nos lanzamos a la aventura nocturna.

Claro que, antes de eso, y siguiendo la tradición que nos hemos auto impuesto por estas tierras, me tuve que currar un juego improvisado para beber algo en el hotel antes de salir. Para ello eché mano de un mapa de carreteras de la isla norte como improvisado tablero y unos dados que compramos, de forma apresurada, en un badulaque chino cercano. Las reglas las escribí deprisa y corriendo utilizando un trozo de papel que había en la papelera de la habitación. Al final el resultado salió bastante mejor de lo esperado. Os dejo una fotografía de las reglas (que por primera vez aquí escribí en castellano, dado que todos los que jugábamos éramos españoles)

Una vez haya abandonada Australia prometo no volver jamás a jugar a
ninguno de estos juegos, ni volver a probar el infame calimocho. ¡He dicho!

La noche en Wellington, a pesar de ser fría de narices, fue bastante animada. Wellington es una ciudad pequeña (unos 400.000 habitantes), pero tiene una gran vida cultural (rollo underground y bohemio) y hay un montón de gente extranjera que viene aquí a trabajar o a estudiar. Lo cierto es que, si nos olvidamos del viento de las narices, es una ciudad perfecta para vivir, mucho más barata que Sydney (en realidad eso no es difícil de encontrar) y bastante más cómoda, ya que no tienes que andar cogiendo el transporte público para moverte de un lado a otro; con salir a la calle y patear ya vale. Además el ambiente nocturno es genial, hay docenas de pubs en los que tomar algo, y la gente está en la calle todo el tiempo, así que no hay manera de aburrirse los fines de semana (y entre semana tampoco, que en Wellington se respira un ambiente universitario muy propicio para la juerga) Y como muestra un botón:

Disfrutando de la vida nocturna en Wellington. Ya lo sé, es penoso, pero
quién esté libre de pecado que tire la primera piedra... Tú Bull no cuentas.
La noche acabó bien, por si estabais pensando lo contrario, y a la mañana siguiente, tras otra ducha milagrosa que nos quitó la resaca de golpe (¿habrá algo especial en el agua de NZ?) nos pusimos a descubrir Wellington bajo los auspicios de un sol veraniego, que aunque no eliminaba el frío del viento, al menos disimulaba un poco la temperatura. Os dejo algunas fotos de lo que vimos:

En el paseo marítimo, poco después de levantarnos, como se puede apreciar.

¿Adorno navideño? ¿Globo terráqueo?
No, es la hoja de helecho, uno de los símbolos de NZ.

Una panorámica de los jardines botánicos.

Wellington vista desde un mirador al que se llega con un tranvía. Por cierto, ahí si que hacía un viento de narices.

Otra perspectiva desde el mirador.

El día no dio para mucho más... que queréis que os diga, hicimos lo que pudimos. Aunque también es verdad que Wellington, con un par de días, te lo has visto y aprendido de memoria. Al final del día, y para reponer energías, acabamos en Cuba Street (la calle donde está situado todo el ambiente cultureta) tomándonos una cañita (que conste que yo me pedí un zumito de tomate). Pero lo mejor de todo es que lo hicimos en un pub inglés, al lado del fuego de la chimenea, y no sabéis lo que se agradecía el calor de las llamas (y eso que estábamos a un par de días de que entrara oficialmente el verano)

En cualquier caso Wellington me gustó, y me parece un buen lugar para vivir. Así que si estáis pensando en hacer una locura como la mía, os sugiero esta ciudad, que es bastante más barata que Sydney y en la que un español tiene más oportunidades de trabajar que en Australia (por el rollo del visado)

Y así se fue acabando nuestra viaje. Al día siguiente mi compañero de piso, Alex, y yo nos levantamos tempranito (Adrián, el amigo de Alex, se quedó una semana más con sus amigos) y cogimos el coche para meternos, de una tacada, el viaje de vuelta a Auckland (por cierto, multa de aparcamiento que teníamos en el coche de alquiler que, como estaba a mi nombre, no tardará en llegar a Calahorra. Si es que soy como la San Miguel...)

El camino de retorno fue un infierno, no se me ocurre otro adjetivo más claro para definirlo. Empezamos con ganas, conduciendo dos horitas cada uno, pero para cuando llegó la hora de comer estábamos reventados. Tras el lunch el camino se hizo demasiado cuesta arriba, y para colmo, cuando llegamos a Auckland, nos esperaba un bonito atasco que nos hizo demorarnos una hora más. Ni que decir tiene que cuando entramos en la habitación del hotel nos tiramos en la cama y ya no quisimos saber nada de la ciudad hasta el día siguiente. Habíamos conducido casi 10 horas en total (Lo sé, puede no parecer demasiado, pero tened en cuenta que veníamos arrastrando dos resacas a nuestras espaldas)

Por cierto, a la vuelta nos decidimos por otra ruta que nos llevó por una carretera desde la que teníamos una visión
mucho más nítida del Monte del Destino, lo que nos confirmó nuestra propia inutilidad para elegir el camino apropiado.
Por lo demás no queda mucho por contar. Al día siguiente cogíamos el avión de vuelta a Australia a mediodía, y dedicamos la mañana a realizar compras y tomarnos la última cerveza (había que hacerlo, era la mejor forma de despedirse de NZ)

Una última cervecita para el camino, que no se diga. Y solo eran las 10 de la mañana. ¿Tengo que preocuparme?

Ya en el aeropuerto, cuando estábamos haciendo fila para dejar las maletas, un pavo se saltó a la torera la fila y se puso el primero, con un par. La peña se miraba entre sí, alucinando pepinos por la jeta del tío, pero claro, correctos y educados como son, con poner mal gesto se conformaban. Pero con lo que no contaba el tío era con que hubiera dos españoles en la fila. Y vamos, no hay nada más indignante para el orgullo patrio que se te cuele un guiri en tu cara, ¡hasta ahí podríamos llegar! Así que cuando le tocaba el turno, ante la impasibilidad de la peña, no me quedó otra que lanzarme a decirle algo. Crucé por debajo de las cintas que delimitan la fila y, en un perfecto inglés (bueno, más o menos...) le dije que ni de coña se colaba, que a comerse la fila como el resto de la peña. Por desgracia al pavo lo estaban esperando para que facturara porque debía tener algún tipo de incapacidad (que no logré ver, pero bien), así que mi momento de enajenación no sirvió para nada, pero bueno, al menos quedó claro que donde hay españoles no se cuela ni dios (en todo caso otro español, pero a eso ya estamos acostumbrados)

Al final llegamos a Sydney (de vuelta al hogar) donde, como dato curioso (y con esto acabo que está quedando demasiado largo, y más aún si me da por escribir estos comentarios entre paréntesis, con lo que ya se hace eterno, os pido disculpas por ello) Pues eso, lo que iba diciendo, que cuando llegamos a Australia nos dejaron pasar por la entrada de los australianos. Y tan orgullosos que nos sentimos por ello, seguro que se confundieron por nuestro dominio del idioma, je, je.

5 comentarios:

  1. Guapas fotos tio, lo habeis pasado genial, pero madrugar poco, que es eso de levantarse a las 8, y ese equipo para subir al monte del destino ji ji (yo he visto cosas parecidas y peores en el pirineo) nada sito si te has quedado con ganas a la vuelta subimos uno parecido por aqui...

    Lo de la coladita del colega era sospechoso sito, de los que habia en la cola seguro que los españoles son los que mas probabilidad tenian de colarse ji ji...

    Un abrazo, que no queda nada!!!!

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  2. Menuda excursioncilla, se nota que lo estas aprovechando a tope, reservate para la que te tenemos preparada a tu vuelta, ah!! y el Bully si cuenta, y si no que tire la primera piedra con el sombrero incluido........

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    1. ¡¡¡¡Vaya viaje bonito Sito!!!!

      Al tio ese que se colo yo le metia un puño y si no preguntale al Franky.
      Me rio de la fiesta que esta preparando el Ruiseñor,lo unico que va a hacer sera preparar 20 botellas de orujo y hala FIESTAAAAAAAAAAAAAAAAAA.

      Animo Sito que ya queda poco.

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  3. Saludos sito:

    Date prisa luisito k igual llegas aki y ya han cerrado hasta la discoteca,menuda marchuki hay en calahorra.no sale ni dios.y para una vez ke sales te dan de beber mierda likuada.
    An final me voy a tener ke pasar a la cerveza o directamente a los tequilas como hace hace el Frank.
    Asi ke no se para cuando vuelvas lo mejor es ke nos vayamos a cenar y luego a hacer un botellon al parke del cidacos.
    calahorra es un asco.
    un saludo

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  4. Bueno Luís, después de muchos días me reengancho al blog.

    Me alegro que en líneas generales el viaje a Nueva Zelanda fuese bien problemas logísticos a parte. Los problemas con el monte del destino eran de esperar hicieron falta tres películas de cuatro horas cada una para que llegase Frodo y esos que contaba con un mago, elfos etc. Para ello y tú solo tenias una cazadora vaquera así que teniendo en cuenta todo esto tampoco te fue tan mal.

    Por lo demás veo que el país ofrece una amplia variedad de cervezas, pubs y más cervezas. Cunado vuelvas no vas a notar el cambio porque en Calahorra de la cerve no salimos así que salvo por el jet-lag todo seguirá igual.

    Bueno un saludo y nos vemos pronto.

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